miércoles, 22 de diciembre de 2010

“La expresión del silencio” (3ª entrega)



CH.: Esa especie de línea ideológica que habíais seguido se radicaliza, de alguna manera, a la muerte de Franco, y precisamente cuando uno pensaría que todo debía ser al contrario… ¿por qué?

C.: Nosotros siempre hemos pensado que la práctica de la literatura y el cine a que antes nos hemos referido había estado presidida de una alta dosis de idealismo (recordemos la polémica que entre distintas corrientes de la crítica suscitó “Queimada” de Pontecorvo). Y, en esos momentos, el idealismo se cernía sobre los historietistas que despertaban del letargo de tantos años. Ninguno de nuestros trabajos debía servir de elemento gratificador ni para la mala conciencia que nosotros pudiéramos tener ni para la de los lectores. Cualquier obra, y eso había que tenerlo bien presente, no era más que un reflejo de la realidad, y el compromiso que el lector debía adquirir tenía que hacerlo con su entorno, y no con nuestras páginas.
            Era una época de charlas con Domenec Font, Manolo Vidal o David Pérez Merinero sobre estos temas. Y, entonces, fuimos descubriendo que el problema venía de antiguo: que en la teoría del distanciamiento de Brecha ya estaban reflejadas estas preocupaciones. Y así empezó nuestra segunda etapa.
            Se trataba en ese momento de acercarse al estudio de los trabajos cinematográficos de Godard, un hombre con el que nos había unido una trayectoria política muy similar, y que ha sabido filmar lo que hay entre las cosas. Y, como complemento, a la de directores, no tan dispares como puede parecer, como Bresson, Robert Kramer, Resnais, Delvaux, Angelopoulos, Jansó, Ackerman, Straub, Dziga Vertov, los Taviani, Álvaro del Amo o Artero.
            Igualmente, la novela empezaba a presentar las huellas de este fenómeno, y Goytisolo, Ferlosio o Montero, por ejemplo, habían dejado muy atrás su anterior planteamiento de la escritura.
            Aquello fue recorrer un peligroso camino, a contrapelo de la moda, que podía carecer de retorno. Y quizá la muestra de esa línea por la que pasamos habría que buscarla en algunos trabajos aparecidos en “Zona Abierta” (“Davide Lazzaretti”), “El Viejo Topo” (“Ese hombre. 1892-1936”), “CAU” (“La revolución científico-técnica”) o “Troya” (“Casas Viejas”).

CH.: Sin embargo, ese camino del que habláis es probablemente por el que más se os conoce en sectores minoritarios.

C.: Sí, eso es algo de lo que somos totalmente conscientes. Pero también es el que más nos ha etiquetado, hasta el punto de crearnos, y dar pie a que se crearan con posterioridad, todo tipo de barreras. Porque asumir aquellos postulados presuponía una carga de experimentación que hacía poco asequibles nuestros trabajos, justo cuando otros autores optaban por vías claramente populistas, o por eso que en otros medios se dio en llamar “terceras vías”.

(Continuará)

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